domingo, enero 22, 2012

Morada medianoche.

No tengo nada que hacer, solo sentarme en mi alfombra morada a esperar que las ideas y las ganas de moverme caigan del cielo cual halo luminoso de esperanza y sonrisas. Y es que la vida ya me ha dado muchas vueltas, muchas situaciones que no quería vivir ni tampoco esperaba encontrarme pero que, sin embargo, han explotado ante mis narices sin poder más que llorar, y sentarme a esperar que la solución cayera del cielo. Soy esa clase de personas que no se mueven, que esperan y esperan hasta saber que tienen que hacer. Que preguntan y preguntan y cuando sienten que no pueden mover un músculo sin sentir miedo, entonces, cuando están asqueadas por el dolor, es entonces cuando deciden cortar, desaparecer, sin anestesia, sin tiritas, sin mentiras, solo soltar lo más profundos sentimientos e intentar no recordar lo que sucede en los días venideros.
Pero esta vez ha sido diferente, el dolor es hondo, demasiado real para dejar de notar lo sola que me siento. Ahora, en esta alfombra solo puedo pensar en lo que haría antes de romper, en lo que sentía antes de desaparecer y en las ganas que tengo de perderme. Irme lejos, muy lejos, llenar mi soledad de kilómetros por delante, congelar mis sensaciones con un frío que hiele mi corazón y ser capaz otra vez de dejar de sentir. Porque cuando el amor te hiere, se te cuela dentro, las lágrimas invisibles brotan por mis mejillas en todo momento y cada nota de una melodía pasada te clava dentro, muy dentro. Todo me recuerda las noches sin dormir, los ansiolíticos y el miedo, por mi, por él, por todos. Cuando convives con la locura es difícil olvidar lo cerca que has estado con el abismo y las ganas que has tenido de dejarte caer para acallar los gritos de desesperación. No quiero, ni puedo seguir sintiéndome igual de perdida, necesito salir al mundo y gritar, fuerte muy fuerte que aunque sola, muy sola, tengo energía para recorrer esos kilómetros sin caerme y sin defraudarme a mi misma. Yo soy mi mejor apoyo.

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