miércoles, marzo 10, 2010

Gris, amarillo, marrón, sangre.

El dedo gordo del pie hace mella en mi, duele, grita, llora, sus lágrimas son mi sangre, oscura, espesa, sin ganas de salir, con ganas de quedarse esperando un momento mejor. Mis lágrimas, transparentes, fluidas, resbalan por mi mejilla soñando con un momento menos oportuno para dejarse ver.

Yo espero, sola en un banco del cuarto piso de una universidad fantasma, el frío sol de un invierno tardío no tiene demasiada fuerza para solapar la abrumadora abstinencia que me pierde cada día. Esperar y esperar, solo esperar. Nunca he sido de esperar, no me gusta, me gusta vivir el presente sin esperar el fin o el principio de algo. ¿Va todo rápido? ¿Lento? Y sigo esperando, y esperando, el dedo sigue gritando, llorando, doliendo y mis lágrimas siguen fluyendo, indefensas y frágiles. Esperando, esperando, esperando. Nadie llama, nadie me habla, sola.

Nunca. No, no hay nadie al otro lado. Y la sangre y las lágrimas se entremezclan en el silencio del pasillo fantasma, nadie habla, nadie ríe, nadie espera, solo yo en este banco sin respaldo, sobre las finas láminas de madera. Solo yo en un pasado y el presento. Esperar es lo único que me queda. Sola, por el día, por la noche, voces hablan a lo lejos en un profundo tornado de nada.

El grisáceo suelo fantasma refleja las luces como una cadena de colores, amarillo y naranja. Bancos de finas láminas de madera oscura y puertas de madera clara, Gris, amarillo, marrón.... sangre, lágrimas, soledad. Eso soy yo si tengo que esperarte, esperar es lo único que hago, esperar, esperar, esperar, esperarte amor.