martes, agosto 15, 2006

3º parte...

Si hubiese tenido tiempo para pensarlo, se habría metido en la cama y se habría olvidado del mundo acurrucada junto a su gato; pero llamaron a la puerta... Se levanto, y se dirigió al telefonillo, lo cogío y ahí estaba, César, sin opción a pensar, le abrió directamente, solo tenía que subir 3 pisos, era un tercero sin ascensor de una de esas fincas antiguas (había tenido la oportunidad hace un tiempo de alquilarse ese estudio).

-¿Qué haces? He traído comida.
-Hola, estaba leyendo un rato. - pero se dió cuenta que sus ojos estaban rojos y no había ningun libro junto a su pequeño sofá. No sabía mentir.

César atravesó el pasillo, y fue directamente a la cocina, sacó la comida china, la puso en unas fuentecillas. Sabía que César quería salir a la terraza, le encantaba ver toda la ciudad y no hacía mucho frío, así que mientras él cruzaba el comedor y abría la puerta corredera para sentarse en uno se sus silloncitos de plástico naranja, ella subió las escaleritas y llego a su habitación, era tan blanca como la inocencia, con una cama de matrimonio decorada con cojines rosa palo, al lado derecho había una pequeña mesita de mármol también blanco, en la pared izquierda había una mesita de madera pintada con unos papeles desordenados, y justo enfrente de la cama un armario de madera... sólo quedaba sitio para una ventana, una gran ventana. Lo que no le faltaba eran cuadros, era otro de sus vicios inconfesables... pero este a veces lo olvidaba. Cogió un abrigo de lana, de cuando aún iba a la universidad, se lo puso y se dirigió a la terraza. La verdad, es que le impresiono la visita, pero al menos ya no se sentía sóla. César era uno de sus mejores amigos.

- Te estoy esperando y tengo hambre, he sacado vino... ¡Sal de una vez!
- Ya estoy, estaba cogiendo mi abrigo... esta muy viejo, pero me encanta.
- Mira lo que he traido.
- Mmm... ¡qué rico! Has llegado justo a tiempo, siempre tan oportuno.
- Gracias, es una de mis mejores virtudes.

Ambos se rieron, y comieron, no dijeron nada, pero las miradas expresaban más de lo que querrían. Observaron la ciudad, ajena a ellos. Los gritos de los niños, las risas de los borrachos, al fin y al cabo, la ciudad.
- Estoy llena. ¿Quieres un café?
- No, esperare a que te arregles aquí sentado, tranquilo.
- ¿Arreglarme? ¿A dónde vamos?
- Cariño, hoy es sábado y además hemos quedado.
- ¿Cómo que hemos quedado? Has quedado... ¿con quién hemos quedado?
- Con los de siempre...

Ella ya sabía quienes eran, era el grupo... Los conoció hace muchos años, pero después de todo seguían quedando todos los sábados, aún eran jóvenes para disfrutar de la noche. Marian llevaba dos sábados sin salir, pensó que por eso fue César; le daba igual, estaba allí y ahora iba a salir... Así que fue a su armario, cogió un vaquero pitillo, un sueter negro, sus botas altas de cuero que tanto le gustaban y saco su chaqueta de pana verde oscura. Salió de la habitacion y giró a la izquierda para entrar en el baño, se recogió su larga melena morena en una coleta baja y se maquillo (hacía tanto tiempo que no se maquillaba que ya no sabía si se acordaria). Volvió a su habitación a por la chaqueta, y se la puso. Mientras César recogio la comida, y arregló la cocina, aunque no se aparto de su copa de vino. Ella bajo, cerro la ventana de la terraza, dió el último trago y apoyo la copa en la barra de madera que separaba la cocina del salón. Cogió su bandolera, apago las luces y ambos salieron. Iban al punto de encuentro, a la misma cafetería de antes. El camarero les saludó a ambos, y pidieron un capuccino; era de noche y era sábado.

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